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Fotografía y fútbol (El abrazo del alma)

La fotografía y el deporte van unidos de la mano desde el principio de los tiempos. Todos guardamos en nuestra memoria algún momento relacionado con estos dos temas. Hay fotografías épicas, espectaculares, tristes, alegres e incluso cómicas. La fotografía indudablemente nos ha ayudado a comprender, valorar y disfrutar del deporte.

La foto por la cual escribo resume todas y cada una de estas sensaciones. En el verano de 1978, se celebra en Argentina la 11ª edición de la Copa Mundial de Fútbol, elegida como sede en Julio del 1966, en el 35o congreso de la FIFA. Nadie podía pensar entonces que 10 años después, el país sufrirá un golpe de estado con horribles e históricas consecuencias. El general Jorge Rafael Videla encabezó el golpe de estado secundado por los también generales Massera y Agosti representando a las fuerzas aéreas. Videla, como presidente de facto toma a las bravas el poder sustituyendo en el cargo a Isabel Martínez de Perón. A partir de ahí, toda clase de atrocidades tuvieron lugar. Secuestros, asesinatos, vejaciones, desapariciones y torturas, todo ello bajo el paraguas de la «Reorganización Nacional», una excusa como cualquier otra típica de las dictaduras para instaurar el terror en el país.

El mundial se viene encima y la selección anfitriona es «obligada» por el régimen a ganar sí o sí el trofeo. Los militares usaron la Copa del Mundo para hacer un lavado de cara de la dictadura hacia el exterior, incluso apoyados por el presidente de la FIFA, Joao Havelange, que días antes de dar comienzo el torneo, declaró que Argentina pasaba por un gran momento para ofrecer al mundo un espectáculo digno. Jugadores de la talla de Cruyff, Breitner o el capitán argentino Carrascosa, se negaron a participar en el campeonato por su marcada tendencia política. Tras una primera fase difusa con derrota incluida, Argentina logra clasificarse para la ronda que daría el pase a la final. Un empate a cero contra los brasileños y la victoria de éstos por 3 a 0 ante Perú, obligaría a Brasil a ganar por más de tres goles a los peruanos para pasar a la ansiada final. 6—0 para los albicelestes con mil y una polémicas de fondo, incluso el portero peruano Quiroga era argentino de nacimiento.

El régimen de Videla ya tiene lo que quería, la selección argentina ya está en la final. Como rival, la poderosa selección holandesa, que repite final cuatro años después. El país entero se vuelca con su equipo, olvidando por 90 minutos todos los problemas. Víctor Dell’aquila era un hincha más en el abarrotado estadio de River, dispuesto a celebrar el triunfo argentino. Con el partido a punto de finalizar y casi resuelto con el tercer gol argentino, Víctor, al que un accidente cuando era niño le dejó sin sus dos brazos por una electrocución, buscaba, no sin dificultad, colocarse cerca del terreno de juego y aprovechar el pitido final del árbitro para saltar a la cancha y celebrarlo.

«Corrí, corrí, y no se cómo, me vi en el centro del campo, de frente a Tarantini y al Pato Fillol»

Ricardo Alfieri, fotógrafo de la revista El Gráfico cubría aquella tarde el partido, una vez más como tantas otras tardes de aquel mítico fotógrafo argentino. En el medio de la cancha, al Pato Fillol se le doblan las piernas de pura emoción, cruza los brazos y se pone a rezar entre sollozos. El defensa Tarantini lo ve, se arrodilla ante él y se funden en un abrazo. Ricardo Alfieri no para de disparar con su «Nikon» para no perder ni un solo detalle. Cuando aquella noche Ricardo revela una por una las fotos tomadas en la final para mandar a la revista, salta la sorpresa. Junto a Fillol y a Tarantini arrodillados en el centro del campo, hay un aficionado al que curiosamente le faltan los dos brazos. Alfieri capta con su cámara el instante justo donde Víctor Dell’Aquila frena su carrera al llegar a los jugadores y las mangas vacías simulan un gran abrazo.

El periodista del Gráfico, Osvaldo Ardizzone, sacó su varita mágica y ¡zas!, tituló la foto como «El abrazo del alma». Aquella tarde en Buenos Aires, todos los argentinos se unieron al abrazo de Víctor olvidando por unos minutos todos sus problemas. A solo 500m del estadio donde se cantaron los goles de Bertoni y Mario Kempes, se situaba el ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), usada por la dictadura como centro clandestino de tortura, asesinatos y represión.

«Mientras se gritaban los goles, se apagaban los gritos de los torturados y asesinados». (Estela de Carlotto, presidenta de las abuelas de la plaza de 2 de Mayo).

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