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Dieguito y yo

Corria el principio del verano de 1982, seguramente caluroso, como se dice en las novelas.

Jugabamos uno de esos partidos interminables en la calle, cerca de la hora de comer. Era sábado. Entre el barullo de niños, una pelota se queda en el aire, cerca de la portería, y ahí aparezco yo en aquel estadio imaginario del barrio de Aluche en Madrid, intentando marcar con un remate de tijereta, como se le decía antes a las chilenas. Conclusión, todo el peso de mi cuerpo cae contra mi muñeca izquierda y esta sobre el bordillo de la acera. Cúbito y radio rotos y escayola hasta por encima del codo para lo que restaba de verano como premio.

No recuerdo bien si aquella osadía termino en gol, lo que si recuerdo es que yo ya quería ser como él. Aquel verano no era como los los otros, aquel verano era el de el mundial de España. Antes los niños no podíamos ver tan fácilmente como hoy a las estrellas del fútbol extranjeras, como ocurre en la actualidad. Teníamos que mirar el As o el Marca para poder ponerles cara a los Zico, Rummenigge o Keegan de turno, y las imágenes tenían que ser viendo Estudio Estadio los domingos por la noche ya tarde casi dormidos en el sofá. Pero ese verano todo iba a ser diferente, llegaba el mundial y darían todos los partidos por la tele. Mi sueño se haria realidad, por fin lo vería jugar, vería jugar a Maradona.

En casi todas las casas de España se cambiaron las viejas televisiones en blanco y negro por las de color. Yo ya había leído cosas de él en el periódico, incluso le había visto en fotos en el viejo As color que salía los martes. Era bajito, parecía regordete a simple vista y tenia el pelo fosco y muy rizado, “el pelusa” lo llamaban.

Desde ese momento en adelante intente no perderme ni un solo partido cuando él jugaba. Lo vi jugar en los mundiales, en el Barça, en Napoli, en Boca. Nadie regateaba como él, nadie corría mas que él, nadie chutaba mejor que él y nadie sonreía como lo hacia él.

Nunca me hizo falta entrar en debates si fue el mejor de entre todos, yo se lo que el despertaba en mí al verle jugar y con eso es suficiente. Después de él me gustaron otros cientos o miles de futbolistas, pero ninguno me gusto y seguro que ninguno me gustará nunca como lo hizo él.

El otro día viendo la tele me entere que habías muerto, tu, que me pareciste siempre inmortal. Un sentimiento amargo me llenó de tristeza. Se me iba alguien conocido, un amigo. Verás Diego, yo siempre pensé que las personas que mueren nunca lo hacen del todo si se las recuerda con cariño, así que estoy mas tranquilo, tu serás siempre eterno.

Estos días he oído hablar muchas cosas sobre ti, pero una de ellas me pareció maravillosa:

“No juzguemos a Diego por lo que hizo con su vida, amémosle por lo que hizo por la nuestra”.

Chau amigo, chau Dieguito, descansa en paz.

PD: cuando llegues allá arriba, sal e intenta tirar un caño.

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